NAPOLEONCITO TENEMOS
Por: Fernando Londoño
Después de Farsalia, César se adueñó de todos los poderes. Pero aunque probablemente Servio Tulio, Rey, fue su imagen de poder absoluto, no quiso revivir la monarquía. Quería otra cosa, que fue el Imperio. Convirtió el Senado en mero cuerpo consultivo, deshizo el Ejército para hacerlo luego a su manera y gobernó con el pueblo, a través de Plebiscitos. De ese modo, “obraba como la expresión viva y la personificación del pueblo”. (Theodor Momsen, Historia de Roma, TII, página 1037, Ed. Aguilar). “César ha trabajado y ha edificado más que ningún mortal de los que le han precedido o sucedido” y por eso “es el primero y el único César Imperator”.(Ibíd, pág 1129.)
Muchos han querido ser como César y de ahí nace el Cesarismo y de ahí la afición de los aspirantes a Imperator a los plebiscitos. Tal afición es la que ha llevado a Norberto Bobbio a decir que el Plebiscito “puede ser utilizado, como todos los instrumentos de este tipo, de manera instrumental por corrientes autoritarias o totalitarias para legitimizar su poder autocrático”.( Diccionario de Política VolII, pág. 1208 Edit SXXI)
No es de extrañar por ello que esa fórmula cesarista hubiera sido utilizada ampliamente por el primero y mayor de los césares modernos, Napoleón Bonaparte. Al decir de Claude Leclercq, el plebiscito fue uno de los 3 elementos característicos de los monarcas autócratas. Y Napoleón acude al plebiscito, siempre triunfador, por supuesto, en tres ocasiones estelares de su periplo político: después del golpe de Brumario contra el Directorio, en el que se alza con el poder; luego, cuando se establece Primer Cónsul con todos los poderes, dejando de simples comparsas a Cambacéres y Lebrun. ¿Qué hay de nuevo en ese referéndum que hemos aprobado? preguntaban en las calles de París. Bonaparte, se contestaba. Y en tercer lugar, acudió Bonaparte al Plebiscito para definir sus poderes de Emperador, ya en 1.804. Desde entonces el pueblo de Francia, después de haber dicho “sí” no tenía nada más que decir. Ya lo había dicho todo. El Emperador encarnaba todos sus valores, expresaba todos sus deseos, era la realización viva de todas sus glorias. ( Léase Claude Leclerck, Droit Constitutionel et Institutions Politiques, págs. 355 y ss.Ed. Litec y Marcel Prelot, Institutions Politiques et Droit Constitutionnel págs. 384 y ss.Ed. Dalloz)
Francia iba a experimentar otro proceso pebliscitario para otorgar plenos poderes a su amo de turno, esta vez con Luis Napoleón, Napoleón III, o Napoleón el Pequeño como lo nombró Víctor Hugo. (Prelot, Ibíd, pág 451 y siguientes.)
Las fórmulas plebiscitarias saltan a Alemania y a Italia, donde se instalan con comodidad sirviendo emblemáticamente al Nazismo y al Fascismo, otros dos adictos a esa forma de consultar sin compromisos al pueblo. Porque diciendo “sí” a cualquier cosa que se le pregunte, el pueblo extiende patente de corso a todos los tiranos. “Solo la raza puede reconocerse en el Führer y en el autoritarismo más absoluto, porque el Führer es, él mismo, el derecho vivo. Así resulta que las leyes que expide están por encima de toda discusión” ( G. Burdeau, Traite de Science Politique, TI pág 532 Ed.LGdeS et J Traducción nuestra). Sobre los plebiscitos fascistas, se puede consultar con mucho provecho a Karl Loewenstein. (Teoría de la Constitución, págs. 331 y ss.Ed. Ariel) Ahí se leerá igualmente cómo los plebiscitos fueron larga y victoriosamente utilizados en las anexiones soviéticas, como en las de los países bálticos, por ejemplo.
El Cesarismo plebiscitario arranca, pues, en Julio César, pasa por Carlomagno, anida en el arte político de los dos Napoleones, Bonaparte y Luis Napoleón, para inspirar luego a la espantable trilogía totalitaria de Hitler, Mussolini y Stalin. No nos alcanza el espacio para analizar las preferencias plebiscitarias de Charles De Gaulle, para fundar la V República Francesa, ni cómo, a través de Plebiscito limpio se trató de organizar el mapa político de la Europa de la Primera Posguerra, con las consecuencias desastrosas que conocemos, luego enmendadas por los dolorosos procesos políticos que le siguieron a la Segunda Posguerra, hasta la caída del Muro de Berlín y del Telón de Acero. (Léase Posguerra de Tony Judt, Ed Laurus y Telón de Acero de Anne Applebaum, Debate.)
El Plebiscito, cuando se limita a una sola pregunta, que se contesta con un “Sí” o con un “No”, es eminentemente abusivo, tramposo, inicuo. Por eso ha sido la fórmula privilegiada del cesarismo a lo largo de su dramático paso por la Historia, desde Julio César a Juanpa. Dicho sea a propósito que le queda como fundillón a este mediocre y oscuro personaje la compañía de los césares a lo largo de los siglos. Pero uno de los privilegios de los mediocres detentadores del poder, es el de rivalizar, hasta para lo peor, con las grandes y trágicas figuras de la humanidad.
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