¿Quién es el vencedor?
Por: Fernando Londoño Hoyos
Son muchas las batallas de la Historia que terminaron con suerte indecisa. Guerras, ninguna. Siempre se supo de qué lado estaban las armas victoriosas y de cuál el amargo dolor del vencimiento. Cuando los jefes de dos ejércitos se encuentran al final de la catástrofe que es la guerra, siempre se adivina cuál viene con aire imperativo, cargado de gloria, y a cuál le toca desempeñar el terrible papel de la derrota.
El Presidente Santos es un pobre Narciso, que no ve sino su imagen, no le importa sino su imagen, no cuida sino su imagen. No sabemos la figura que le devuelven las aguas del estanque donde se mira, pero esa es la verdad. Y en esa obsesión narcisista mandó nuestro Ejército a Cuba, sin que le importara mucho el papel que desempeñaría. A su juicio, ese hecho, “que nunca antes había tenido lugar” le garantizaba lo único que le importa, un trozo de notoriedad. Y para Cuba se fue el General Flórez a representar un papel indescifrable para él y sus compañeros de excursión. No lo tenía claro. Porque lo único claro era que su negativa le valía el fin de su carrera, sin paseo o con paseo previo al exterior. Y a La Habana fue a parar, con los soles en los hombros y habiéndose feriado, por ese plato de lentejas, una carrera brillante y heroica.
“Difícil, mi apreciado general Flórez, que la hagan caer más bajo.” La frase es de la periodista Salud Hernández Mora y le haríamos una sola observación. No es difícil. Es imposible que al general Flórez y a su Ejército lo hagan caer más bajo.
Para empezar la dosis, Flórez y sus hombres tenían prohibido su uniforme. General: ¿no le enseñaron en la Escuela Militar que primero se entrega la vida que el uniforme? No podemos creer que se le haya olvidado esa lección y que desde ahora sus hombres no la tengan clara. El uniforme no es un pedazo de tela para cubrir el cuerpo. El uniforme es el estatus del soldado, de ese hombre excepcional dispuesto a dar mil veces la vida por lo que el uniforme vale y significa.
Al diablo, pues, el uniforme. Márquez y Santrich ordenan y hay Flórez que obedezca. ¡Qué dolor!
No está claro si al entrar al Palacio de Convenciones de Fidel Castro, el asesino de Gaitán, señor general, por si lo olvida, el hombre que armó y lanzó contra Colombia todas las tropas de bandidos a las que usted se enfrentó una vida entera; el sujeto por cuyo odio contra Colombia dieron su vida tantos soldados suyos; el enemigo despiadado por cuyas asechanzas recibieron heridas terrible tantos otros, lo obligaron a oír el Himno de las FARC. Pudo ser. Lo seguro, es que usted no entró a ese maldito sitio oyendo las notas de nuestro Himno. Está prohibido: ¿lo sabía?
Después de semejantes humillaciones, lo encerraron en un salón a conversar con asesinos de medio pelo. No sabemos cuáles fueron sus pares, como los calificó un Senador muy cercano a Santos. Quién sabe si nos lo contará algún día, general, para que sepamos cuál es el equivalente, entre esos bandidos, al Jefe del Estado Mayor Conjunto de nuestras Fuerzas Militares. Esos bandidos que usted llamaba los narcoterroristas de las FARC. ¿Nos quiere decir cómo les decía en Cuba, señor general?
Daríamos cualquier cosa por averiguar cuál era el trato con esos delincuentes: ¿“señores insurgentes, ilustres representantes de nuestro enemigo, distinguidos compatriotas?
El narcoterrorista Márquez, aquí hablamos nosotros y no usted, que tiene prohibido llamarlo de esa manera, dijo que se reunieron “los militares de los dos ejércitos en igualdad de condiciones”. ¿No le da vergüenza, mi general? ¡En igualdad de condiciones! El Ejército de Bolívar y Córdoba y Sucre, reunido en igualdad de condiciones con estos malandrines. Salud Hernández tiene razón. Al general Flórez no lo pueden hacer caer más bajo. Al Ejército, tampoco.
Queda por averiguar a qué fue esa comitiva a Cuba, además de hacer este ridículo inmortal. Dicen que fueron de asesores. Para asesorar a De La Calle y a Jaramillo, sobran aquí tiempo y espacio. Para asesorar al general Mora, les falta mucha barba. Y para asesorar a las FARC, ese sería el colmo de los colmos. ¡Nuestro Ejército asesorando esa turba de despreciables terroristas!
¿Descartada la asesoría, a qué fueron? Pues a rendirse. Decíamos para comenzar que en las guerras no hay tablas, como en el ajedrez, ni empate, como en el fútbol. ¿Quién es el vencedor? Pues el que gana prestigio. El que gana tierra. El que sube su nivel histórico por cuenta del que lo pierde. Tal vez Flórez no lo entendió bien. Pero su viaje fue el acta de rendición de Colombia ante unos maleantes. Qué trago tan amargo.
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